Del limbo
Las criaturas de Robert Walser habitan el limbo, sufren el peor de
los castigos, permanecen para siempre perdidas, fuera de la salvación
o de la maldición, tomadas por la felicidad de lo que ignoran:
ignoran el hombre, dios, la ley, el destino; por eso se los ve pasar
con una alegría impasible. En estas ideas discurría Giorgio
Agamben, en Berlín, 2005.
Walser, extasiado, se sostiene fuera de la gracia de dios, de ese que
está con los que no piensan -concluye en el Jakob von Gunten
cuando el Instituto Benjamenta para jóvenes pupilos se cae a
pedazos. Walser y su obra son un repentino ánimo, un modo fugitivo
de estar en el mundo que nos recuerda a un equilibrista, y aún, a un
equilibrista aprendiz en el fulgor de un placer que se obtiene
instantes antes de caer, cuando el cuerpo es un espasmo y un sostén.
Allí se entrega todo, no importa a cuántos centímetros se eleve la
cuerda de la tierra, debajo siempre hay un abismo. Habrá que
convertirse en cuerda, en los movimientos de la cuerda y del cuerpo;
pero el aprendiz todavía diferencia el cuerpo de la cuerda, por eso,
la experiencia es distinta. El principiante, cuando deje de serlo,
añorará una forma del placer que ha perdido, pero habrá ganado
otra, que no suplanta aquello que le ocurría -extasiado- un instante
antes de caer. Walser es ese aprendiz y a eso se aplica, él no desea
devenir gran equilibrista que recorre la cuerda sin resbalarse. Él
quiere ser un cuerpo-cuerda que desborde el instante para caer en el
abismo y disolverse. Se trata del instante, se trata del momento de
la felicidad errática acariciando las palmas de los pies: Te tengo,
te me escapas, te tengo, te me escapas. En la cuerda de sus tramas
hay que sostenerse, darlo todo, quitar la cabeza de las sombras de la
memoria, ser sin historia, a puro presente, pleno, ignoto, sin
atributo, ser ahí, en esa posibilidad única e irrepetible de la
existencia. Sentir la existencia, (él y sus criaturas la sienten)
¡pero qué cuerpo tan pequeño tienes! La existencia no entra en el
Yo; Yo: que cuerpo tan pequeño tienes, y qué existencia arrobadora
es ésa, la del árbol, la del tren que silba y pasa, y la nube que
transcurre, y el globo que despega para perderse en el cielo berlinés
que disemina callejuelas floreadas anteriores a la guerra. ¡Hay que
salirse del Yo para abismarse en tales existencias!
¿Dónde habita Walser?
en nunca menos de 17 casas multiplicadas por otra fabulosa cifra en
apenas un par de años replicadas por la cantidad de años que hay
entre 1878 y 1956.
Walser no habita casas, habitar significa otra cosa, y aunque haya
alquilado tan variadas habitaciones, buhardillas, ventanas,
escritorios, floreros, mesas, tazas, salchichas, en tantos lugares
cercanos a Biel, Berna, Basilea, Stuttgard, Berlín,Zürich, Thun,
Munich, Leipzig, Ginebra, Waldau, Herisau más el mapa irreproducible
de laberínticas corazonadas a pata de perro, pues no; no son las
casas, ni las cosas, lo que habita. Walser habita en caminos y los
caminos le habitan. Es un andariego más que un peregrino, un pata de
perro; anda enloquecido por la noche bajo la luna, por la noche en la
maraña del bosque, por el bosque en la maraña de un poema sin
bosquejo, que no llega, que le espera, que camina en otro lado, a su
costado o le sigue dolido y enfriado y le anda olfateando los pies de
antemano, las pisadas en la nieve que aún no dio, pues ahora el
poema va adelante y le va rumbeando un faldeo cercano a los Alpes y
le espera a la puerta de una taberna festiva lúgubre en mitad de un
antiguo camino a Santiago de Compostela y le reencuentra por la
mañana con lluvia con nieve con sol, de sombrero y con paraguas,
pelerina, gabardina, corbatita raída, chaleco abotonado, libre de
botón superior, zoquetes zurcidos tantas veces como pasos que habrá
dado, más uno de los dos trajes de siempre. Robert Otto Walser
pues este es de hecho mi nombre completo, escribe a Max Rychner,
editor a quien admira por su valor para arruinar mis esperanzas y…
le añado ¡estoy hundido!, y sigo a la espera de la suma reducida,
muy rebajada, privada de su buena mitad, todavía por suerte con
mucho gusto, saludándolo cortésmente como…
nada de plata ¿Cuántos objetos tuvo Walser en su vida? ni libros
propios, pero le acompaña esa maletita, unas pantuflas que
confeccionó con retazos, al tiempo que una distinción que deja
estela y que ha nacido con él y con él se quedará hasta el último
día. ¿Qué hace con las experiencias? ¿las cosifica? las evapora,
las esfuma, las deshace, las pulveriza, y en las caminatas por sus
pensamientos o en los paseos por la lengua, el lector va de prisa con
Walser haciendo ese raro equilibrio hasta dejar caer el Yo que todo
lo organiza y entonces los personajes van y van y nada se ancla
porque todo cae y cae en franca deriva y es un limbo de felicidad.
Corridos apenas de estas novelas deliciosas: Jacob…, Los
hermanos Tanner, El ayudante, el resto de Walser es
imposible de experimentar con un precario Yo tan organizado y
ajustado para este mundo; Walser no es de este tiempo, ni del suyo,
ni de ningún tiempo, porque el tiempo Walser es parecido al
tiempo-espacio que existe entre Aquiles y la tortuga, cuando lo
explica Borges, en vez de Zenón, pues es un tiempo imposible, de no
pasaje, que urde caídas en lo infinito.
Así el tiempo Walser y la lengua Walser es una sucesión de
supernovas, no construye historias, las estalla en el aquí y el
ahora y todo se vuelve presente, presente del relato y presente del
autor que emerge por algún agujero negro y avisa (se avisa y nos
avisa) ¡que tiene hambre! y que hace días que no come ni pan ni
salchichas, que la camarera es hermosa y la ama, como ama a ese tren
que fuma en las colinas. Por eso Walser atraviesa como atraviesa el
viento, como atraviesa un alma en la calle, una que llega del limbo
extraviada y distraída, raptada por el brillo de lo que le ha
embriagado y reciénvenida susurra con su lengua de otro mundo
algo que nos hace cosquillas en el ombligo de la palabra.
el siguiente texto pertenece a Walser Traductor del Limbo
Vanesa Guerra